martes, 21 de agosto de 2007

La Apuesta

La conversación estaba en su máxima efervescencia; Goyo no dejaba de darle vueltas al «Sombrero Panamá» entre sus nerviosos dedos. Jacinto reía estrepitosamente; con una risa ronca y nerviosa mientras sacudía la cabeza, hacia ambos lados, en gesto de negar. Arturo, daba manotazos en el aire, con el rostro encendido, por la risa de Jacinto; y por el reto que se reflejaba en las caras de los demás. Alrededor de la mesa de dominó se habían amontonado los marchantes de la tienda rural; simpáticos espectadores de la porfía...
-¡Esos son cuentos!, ¿aparecidos? ¡Qué aparecidos, ni qué carajo! Después que uno se muere, ¡va pa'l hoyo y se acabó!-Con la boca ehj un mamey... Prigunte a mano Monche lo que le pasó el año antipasao. ¡No fue pellizco 'e ñoco! No porque Monche no tuviese cría, pueh si alguno loh tiene en su sitio ehj él.-No es cuestión de cría, sino de supersticiones. -replicó Arturo, arreglándose las solapas del gabán. Eran tiempos de Navidad y campo adentro se dejaba sentir una brisa fría. Los demás se defendían del frío abotonándose las camisas de mangas largas hasta el último botón.-Supersticiones, ¡por eso es que están jodíos! ¿Cómo pueden progresar?Arturo Morales, hablaba con la autoridad de hombre de mundo; del que ha viajado La Ceca y La Meca. Lo hacía con una leve inflexión de desprecio en la voz; con cierto disgusto mal disimulado. A los catorce años se había escapado de la casa; ¿casa?, cuatro estrechas paredes y un piso de tierra donde se albergaban sus padres, y sus otros seis hermanos menores. «El viejo», como él cariñosamente lo llamaba, era uno de los agregados de la hacienda; trabajaba en los cortes de caña. Allí en el corte, se lo fue tragando poco a poco el cañaveral.Bien le vino fugarse, pensaba, ya que en la Capital y en Nueva York fue donde aprendió a desenvolverse. En San Juan, aprendió sus primeras palabras de «inglés goleta»; convirtiéndose en corto tiempo en el mejor guía de los marineros norteamericanos; que en tiempo de maniobras navales se desparramaban por todo San Juan. En breve llegó a conocer los principales burdeles de la capital. Su viaje a Nueva York fue gracias a la China, una prostituta con quien vivía y administraba. Ella lo convenció de cambiar de ambiente. «¡En niuyor los billes están a pasto!» -le decía, al ver la duda reflejada en la cara de Arturo; y añadía -de allá eh de onde vienen los gringos; to' ehjtan forrao de pesos; ¡y son unos pendejos!; pol «Foki-foki», pagan dieh pesoh y treh pa'l hotel, pueh loh empí no loh dehjan bajal a la perla... Loh de aquí sólo pagan treh peso y quieren que uno pase toa la noche con ellos.New York, Chicago, San Juan; prostitución, bolita, quinielas... Como el mismo fanfarroneaba: -«me las he buscao bien; sin dar un tajo, ni en defensa propia» -Todo un decir, pues lo cierto era que había pasado una temporada en prisión, con dos muertes a cargo. Ahora todo eso quedaba atrás. Había regresado, al barrio de donde era natural, tras larga ausencia; y casado formalmente con «la China»; sobrenombre que no volvió a utilizar, pues, se acostumbró a llamarla por su verdadero nombre: Virgenmina. Su pasado desconocido por el barrio; unas cuantas pesetas; y doña Virgenmina Vera de Morales y Arturo Morales, iniciaron una nueva vida.-¡Les apuesto veinticinco, es más, cincuenta, a que paso una noche allá arriba!-Míe ujhteh don Alturo...-¡Se los apuesto a cualquiera!-Jehtá bien; yo le cojo veinticinco -dijo Jacinto--¡Veinticinco también! -añadió Goyo -y tras una breve algarabía, la apuesta ascendió a noventa dólares.Goyo fijaba los términos de la apuesta -No tiene que dolmil allí; con dirse un rato, como a la media noche... y...-¡No me cogen, ni por mil pesos! -exclamó uno de los presentes.-Nohjotros lo ehperamos a la orilla del camino... ujhte sube solo. Aquí tiene el martillo y un clavo. ¡Suba y clávelo en el medio de la sala! -le indicó Jacinto.La casa estaba localizada en una halda de suave pendiente. Aunque llevaba varios años sin habitar, reflejaba en su fachada que fue la codiciada propiedad del mayordomo de la hacienda. Fue precisamente en la sala donde ocurrió la tragedia... Cegado por los celos el mayordomo mató al hijo del patrón, a su mujer; y después, volviendo el arma contra sí mismo, se suicidó; disparándose un tiro por la boca. Su mujer, que no murió instantáneamente, dicen que entregó su alma echándole maldiciones a todo lo que encontraba a su alrededor, y a la casa. Desde entonces, nadie se acerca por sus alrededores. Los que la quisieron habitar tuvieron que abandonarla en forma intempestiva; ¡ninguno logró pasar tan sólo una noche en ella!Arturo subió confiado; no era hombre que le cogía miedo al bulto; entreabrió la puerta principal; y al entrar sintió un ligero escalofrío.-¡Estas navidades sí que están frías...! -murmuró entre dientes. La sala estaba completamente obscura; salvo un leve resplandor de luna que se colaba por algunas aberturas del techo y por la puerta entreabierta. Nada de encender luz; la obscuridad era parte del trato.-¡Si yo no tengo necesidad de ganarme esos noventa pesos! ¿Qué necesidad tengo de estar haciendo este papel de pen... ¡Qué jodienda! Mejor que termine pronto. -se decía a sí mismo. Percibiendo un ligero temblor de sus manos -añadió -¡Lo que es la mente!, cuando uno esta solo... piensa demasiado; ¡cualquier cosa le trabaja! ¡Jum!Se ubicó en lo que él creyó era el centro de la sala; se puso en cuclillas; sujetó el clavo con la mano izquierda; y con la derecha esgrimió el martillo como si se le fuera a escapar de las manos. Martilló apresuradamente. El silbido del viento, el ruido del martillo y el vibrar de las persianas al romper la densidad de aquel silencio, le provocaron un vuelco en el corazón. La saliva se le secó en la boca. Terminó de martillar. Sudaba copiosamente. Le temblaban las manos; y podía escuchar el castañeteo de sus rodillas. Entonces, trató de erguirse; y sintió un leve tirón; como si una mano invisible lo sujetara.-¡Carajo! ¿Qué pasa? ¡Dejen el vacilón! ¡Cóño! ¡Esto no es parte de la apuesta! -Haciendo de tripas corazones, trató de incorporarse nuevamente; pero, le fue imposible; alguien o algo lo mantenía sujeto...-¡Se acabó! Se van a... a... ¡a joder a su madre! -Gritó, mientras tiraba martillazos a diestra y siniestra. Pero todo resultó en vano; el pánico se apoderó de él. Empleando todas las fuerzas que le quedaban se impulsó hacia arriba; sintió que la tela del gabán se desgarraba; y un chorro de orines, calientes, le bajó hasta las medias. -Aulló frenético: -¡Auxilio! ¡Socorro! ¡Ayúdenme por favor! Y bajó rodando por la halda, sin rasguños pero llevando el corazón en la boca, casi sin respiración.

Los vecinos se arremolinaron en torno a las aplanadoras y camiones de volteo. Los ingenieros que construían el tramo de carretera, que precisamente cortaba por donde estaba ubicada la «siniestra casa», ajenos a la leyenda y a los acontecimientos de la apuesta, no acertaban a entender la curiosidad de aquella gente.
Goyo, Jacinto, y, podríamos decir gran parte del vecindario, seguían cuidadosamente los trabajos de demolición de la casa que les había proporcionado noventa pesos de ganancia. El capataz entró en la casa antes de hacer detonar las cargas para asegurarse de que no había nadie dentro de la estructura. Al cruzar la sala dio un tropezón que por poco le hace caer. Al mirar hacia el piso se dio cuenta de que había tropezado con un clavo que sujetaba el bolsillo rasgado de un gabán.-Compay Jacinto, ¿qué se jabrá jecho Don Alturo? -Preguntó Goyo mientras volteaba incansable su sombrero entre los dedos. Y con un dejo de picardía añadió _¡Dende la vez que se meó ensima no lo e volvío a vel...!

Andrés Díaz Marrero
Puerto rico

La Respuesta

Quiero saber si es cierto! Necesito respuestas precisas y detalladas. ¿Estoy o no estoy siendo investigado? ¿Desde cuándo? ¿Por qué? Espero que responda por lo menos a estas tres interrogantes. Recuerde nuestra amistad, recuerde que llevamos trabajando para esta División más de 25 años.-¿Qué le hace pensar que está siendo investigado?-He hecho algunas averiguaciones. A la verdad, es, que hubo indicios anteriores, pero nunca le di importancia. Lo cierto es que comencé a sospechar después de leer la carta de Montañez, el sujeto que hemos venido investigando durante los últimos doce años. Usted conoce bien el caso del profesor Montañez , ya que le tenemos acumulado un voluminoso expediente.
Pues bien, recientemente y según el procedimiento usual, abrimos la correspondencia de dicho sujeto para verificar lo que le comenta a sus amigos y familiares, y así poder detectar cualquier posible conjura contra el gobierno. Para mi asombro, en la correspondencia del pasado mes encontré dentro de un mismo sobre, dos cartas; la primera muy breve, escrita por una sola cara del papel, dirigida al suegro de éste. Al leerla me percaté de que su contenido era totalmente familiar y sin valor alguno en lo que a la seguridad del estado concierne. La otra carta mucho más extensa, decía lo siguiente:
«Al señor investigador, que lee mis cartas:Sé que desde hace mucho tiempo la oficina de seguridad para la cual usted trabaja me viene investigando; que han recopilado información sobre mí en las oficinas administrativas de la universidad en la que trabajo. Que en múltiples ocasiones han matriculado agentes en el curso sobre derecho laboral que ofrezco, que tienen información de mi nacimiento, que han investigado mi crédito, mis expedientes académicos desde la escuelita maternal hasta el presente. Que tienen y revisan constantemente mi expediente médico y conocen mejor que mi propia progenitora todas y cada una de las enfermedades y dolencias que he padecido. Que han investigado mi afiliación política y religiosa, que han intervenido y continúan interviniendo mi teléfono y mi correspondencia.Sé también que poseen extensa información sobre mis parientes, familiares, amigos y colegas. Que para recopilar y mantener al día toda esta información, la cantidad de dinero que su Agencia invierte supera por mucho lo que devengo en sueldo como profesor.Si le expongo todo ésto, que ya usted sabe, no lo hago con la esperanza de persuadirle a que descontinúe lo que por años ha sido su trabajo, sino más bien para apercibirle de que tanto usted como yo somos víctimas. Usted me investiga, intercepta y lee mi correspondencia, pues bien, otra persona le hace lo mismo. ¿Acaso ignora que a usted también se le lleva un expediente?, que ocasionalmente sin que se dé cuenta se le retrata, se le interceptan sus llamadas telefónicas, su correspondencia etc. todo con iguales propósitos… Ya sé que usted, al igual que yo al principio, se negará a creerlo; pero, si invierte un poco de su tiempo de seguro que con su habilidad investigativa descubrirá por sí mismo la verdad. Entonces, y solo entonces, se dará cuenta de que también es víctima de ese terrible monstruo que diariamente alimenta.Muy cordialmente le queda,José Ricardo Montañez.»
Al terminar de leer la carta me eché a reír, pensé que el tal Montañez además de subversivo también estaba loco. Porque, ¡a quién en su sano juicio se le ocurriría escribir este tipo de carta! Además, ¿cómo sabría él si yo la leería?Decidí guardarla como una especie de trofeo, la enseñaría en la próxima reunión de fin de mes, de seguro será un buen tema de conversación, los compañeros habrán de gozar de la ocurrencia tanto como yo; eso me dije entonces.Esa noche, aunque cansado, no podía conciliar el sueño, la peregrina idea de que fuese cierto, de que se me estuviese investigando, revoloteaba en mi interior como mariposa nocturna sobre un farol encendido. Aunque trataba de alejarla de mi pensamiento la misma se negaba abandonarme. Un tanto molesto decidí comprobar su veracidad.Busqué mi grabadora portátil y acoplé el micrófono al manófono del teléfono y conecté un multímetro en los terminales de alimentación de la línea, de esta forma cualquier resistencia adicional causada por alguna intervención sería registrada por el movimiento de la aguja del multímetro. La grabadora, por otra parte, me serviría para escuchar el más leve sonido captado.Pues bien, una vez realizado lo anterior, levanté el auricular del teléfono y disqué el número de la oficina. El mismo sonó varias veces, pero no me desesperé, pues sabía que la misma trabajaba las veinticuatro horas, tal vez el retén estaría en el baño o tal vez… Una voz al otro lado de la línea contestó -a obtenido usted el número 373-4546, después hizo silencio. -es cinta verde, le indiqué ¿cómo anda todo? -Todo está en orden señor. Le habla Rodríguez, en que le puedo… -apenas escuché el resto, pues la aguja del multímetro había ejecutado un súbito movimiento, indicativo de haber registrado una resistencia adicional en la línea. -no es nada, es que… que… no tenía sueño y … deseaba… este… saludar a alguien, me apresuré a responder sintiendo que mi contestación era vacilante y torpe.Después de intercambiar algunas de esas frases socorridas, que los buenos modales nos demandan, terminé la llamada. Para salir de dudas sobre si mi teléfono estaba o no intervenido, rebobiné la cinta magnetofónica, oprimí el botón que permite oír lo grabado y me dispuse a escuchar. El silencio de la noche me ayudó a percibir con suma claridad el clic de otra extensión telefónica que se levantaba, junto al leve zumbido de una máquina que comenzaba a grabar. El resto de la madrugada lo pasé en vela, escuchando una y otra vez el clic y el zumbido delator; que me indicaba lo que apenas podía creer… ¡mi teléfono sí estaba intervenido!Porque somos parientes y compadres y usted es el director general de la Agencia; por la confianza de veinticinco años colaborando juntos es que vengo aquí para que me explique ¿por qué se me investiga? ¿Por qué se me investiga después de tantos años de servirle a la Agencia? ¿No he dedicado mi vida al fortalecimiento de la seguridad del estado? Bien conoce que soy miembro fundador del Partido de Protección Democrática y que durante los 28 años que lleva gobernando nuestro Primer Mandatario siempre le he sido fiel. Por eso le reclamo. ¡Contésteme por favor! ¿Por qué se me investiga?-Mire compadre, yo sé que usted es un buen oficial de inteligencia, no se deje llevar por cosas de poca monta. A veces la agencia realiza una que otra investigación sobre sus miembros, pero, no es lo que podríamos llamar una investigación a profundidad, si no más bien la recolección de uno que otro detalle sin importancia… y usted sabe que ésto es necesario pues la seguridad empieza por casa.Fernández asintió con un leve movimiento de cabeza y un tanto confundido por la explicación abandonó la oficina de su jefe.Arrellanado en la mullida butaca de su despacho, el jefe, tras un lento y ceremonioso ritual encendió un cigarro. Después de unas cuantas bocanadas de humo se comentó así mismo en voz alta -¡Caramba! ¡Hay quienes nunca entienden que hay cosas que hay que hacerlas por que hay que hacerlas! Como bien le dije, la seguridad empieza por casa. Y aunque se conozca la honestidad de las personas, tenemos que constantemente asegurarnos de su lealtad, sin que importe el tiempo que lleven trabajando para la agencia, ni el puesto que ocupen; pues el ser humano es vulnerable al cambio y el pensamiento es algo tan y tan íntimo, que, lamentablemente, no se puede escudriñar y tiene uno que dejarse llevar por la conducta observable Por eso tenemos el deber de investigar continuamente. Es función primordial de nuestra agencia mantener viva la duda… y eso lo sabe bien el compadre, pues en ocasiones se enteró de que realizábamos investigaciones administrativas de algunos de nuestros empleados. ¡Claro que siempre que esto se hacía se justificaba diciendo que era por una queja y que lo que investigábamos era el comportamiento del agente y que no nos cuestionábamos su lealtad. ¡Pamplinas!, cualquier agente con suficiente experiencia debería intuir la verdad. A todos hay que investigarlos. Investigar a los agentes investigadores mantiene la calidad de nuestras operaciones y la veracidad de la información recogida. ¡Estoy aquí para asegurarme de que así sea! Bueno, de la Agencia soy el único que no es investigado, pues soy el segundo en mando en el país, aunque el Mandatario le hace creer al resto de sus subalternos que ni la Agencia, ni yo existimos.
De pronto y sin razón aparente se levantó, apagó el cigarro que hacía apenas unos momentos había encendido, comprobó que la puerta estaba cerrada, luego se dirigió hacia el armario de la pared de donde extrajo varios instrumentos; dedicó breves minutos a conectarlos; después discó el número telefónico de su hogar. Al otro lado de la línea una vocecita de algunos 7 años exclamaba: -¡Es abuelo! -supo que su nieta le respondía con una fresca y amorosa retahíla de palabras, que no escuchaba, pues su mirada se había hipnotizado por el movimiento de la aguja del voltímetro recién conectado, y su mente sólo captaba el conocido, sordo y monótono zumbido de una lejana máquina de grabar que interceptaba la línea.

Andrès Dìaz Marrero
Puerto Rico